Cerebros resistentes al Alzheimer: por qué no hay que jubilarse intelectualmente

La historia de vida de la monjita María y algunos consejos del psicólogo Martín Reynoso para disminuir las posibilidades de llegar a la vejez con trastornos cognitivos y demencias. La evidencia de que una mayor reserva cognitiva ofrece ventajas frente al daño neuronal.

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Los cerebros de algunos adultos mayores parecen envejecer más lentamente. En la década del 80 ya se insinuaba una pregunta entre los estudiosos del cerebro y especialmente entre quienes trabajaban en Alzheimer: ¿Por qué algunas personas parecen llegar mucho más lúcidas y con el cerebro intacto a la vejez, disminuyendo la posibilidad de aparición de los trastornos cognitivos y las demencias?

Las estadísticas parecían demostrar que las personas con mayor nivel de estudios podían aspirar a una mejor vida activa, es decir, con mayor autonomía y buen estado físico. De todas formas, esto era sólo una hipótesis científica y no se podía ir más allá en el establecimiento de una relación causa-efecto.

En realidad, quienes tenían menos años de estudio seguramente padecían de peores servicios de salud e ingresos más limitados, lo que también podía influir en su estado de salud. Así las cosas, era preciso encontrar una población homogénea para poder generar hipótesis válidas.

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Fue entonces cuando al experto en epidemiología David Snowdon se le ocurrió convertir a un monasterio en un gigantesco tubo de ensayo. El convento ofrecía las condiciones ideales para su investigación. Para empezar, se trataba de una comunidad estable en la que era posible realizar un estudio a largo plazo, ya que por lo general los hábitos religiosos se toman para toda la vida.

Pero lo más importante era que allí monjas con distinto nivel educativo llevaban un estilo de vida similar y saludable: comían prácticamente lo mismo, tenían unos horarios parecidos, contaban con una atención médica idéntica y, si eran disciplinadas, no fumaban, no bebían y no tenían que sufrir el estrés físico del embarazo.

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La hermana María y su tejido

A principios del milenio unas manos muy arrugadas aparecieron tejiendo en la tapa de la revista National Geographic. El subtítulo que lo acompañaba rezaba: “La hermana María, 103, teje en punto por caridad”. Allí se explicaba la integridad mental y vocacional de esta mujer anciana y su profundo deseo de ayudar a los demás, de continuar consagrando su vida a la causa de auxilio a los necesitados.

Cuenta el fotógrafo que retrató sus manos que ella estaba molesta y se negaba a que aparecieran en la portada: “están muy arrugadas” decía coqueta.

La hermana María fue parte del mencionado estudio de Snowdon junto con las 600 monjitas mayores de 75 años que vivían en la Escuela de Hermanas de Notredam, Minnesota, Estados Unidos. Al ser una población homogénea con similares costumbres y hábitos, constituían una muestra excelente para el estudio.

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Snowdon tuvo acceso a tres fuentes para investigar el envejecimiento de estas mujeres: por un lado, información con respecto a sus archivos de juventud, que consistían principalmente en diarios que ellas escribían sobre lo que les ocurría diariamente en la vida del convento. Por otro lado, pudo realizarles una evaluación cognitiva anual durante muchos años para valorar el funcionamiento de sus cerebros y por último, logró en la mayoría de los casos ( y cuando las monjitas así lo autorizaban) examinar el cerebro de aquellas que fallecían con un estudio neuropatológico post-mortem.

Aunque el grupo era homogéneo, decenas de variables podían considerarse en el estudio y era importante no extraviar el análisis de ninguna. Había que considerar los antecedentes de salud de cada hermana (diabetes, problemas cardíacos, etc) y factores que pudieron afectarlas en el transcurso de sus vidas.

Lo que protege al cerebro

El investigador y su grupo descubrieron algo curioso: aproximadamente el 80% de las monjas cuya escritura se midió como de baja habilidad lingüística (y que surgió de los escritos de sus diarios) desarrolló la enfermedad de Alzheimer en la vejez. Por su parte, del grupo de monjas cuya habilidad lingüística fue alta, sólo el 10% sufrió más tarde la enfermedad”.

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También este estudio sugirió que un estado emocional positivo puede contribuir a que vivamos más. Según estos investigadores, monjas que en sus escritos de juventud habían expresado mayor número de emociones negativas tuvieron menos años de vida y una frecuencia mayor de enfermedad de Alzheimer.

Así cobró interés la hipótesis de que una mayor “reserva cognitiva” podía hacer más resistente al cerebro para enfrentarse al daño neuronal. De hecho, el post mortem de la hermana María evidenció algo curioso: su cerebro tenía un Alzheimer avanzado que parecía ser controlado por esta reserva cognitiva que le permitía mantener una entrevista con los investigadores unos días antes de su muerte o resolver exitosamente muchas de las pruebas de los tests.

Mantenimiento cerebral

Este concepto explicaría, básicamente, por qué algunas personas con un envejecimiento cerebral anormal pueden estar intactas intelectualmente mientras que otras sí experimentan síntomas clínicos. Los científicos de la universidad sueca de Umea desarrollaron un concepto complementario a este que denominaron “mantenimiento cerebral”. Según ellos, éste sería uno de los factores más importantes para lograr un envejecimiento cognitivo exitoso y destacaron el hecho de que los cerebros de algunos adultos mayores parecen envejecer más lentamente al mostrar poca o ninguna patología cerebral.

Las personas con un trabajo intelectual exigente pueden disfrutar de una ventaja en términos cognitivos, pero los beneficios rápidamente disminuirían si la persona se “jubila intelectualmente”, como dice el neurocientífico Facundo Manes, esto es, deja de hacer actividad cognitiva regular

Un compromiso permanente con la exigencia intelectual sería uno de los caminos más eficaces para el mantenimiento cerebral entonces.

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Consejos para mantener el cerebro activo

Es inevitable considerar estas sugerencias para llegar, como la hermana María, a los 103 años espléndidos:

  • Hacer actividad cognitiva permanente (en lo posible desafiante, como aprender idiomas).
  • Realizar algún tipo de ejercicio físico.
  • Mantener una dieta saludable.
  • Controlar el estrés (pensemos en la meditación como una herramienta fundamental).
  • Tener vínculos y una vida social activa.

Estas conductas, mantenidas y transformadas en hábitos, elevarán nuestro nivel de bienestar y muy posiblemente nos ayuden a buscar el tan preciado logro de ser felices.

  • Martín Reynoso es psicólogo, especialista en Mindfulness y autor del libro “Mindfulness, la meditación científica”, de Editorial Paidós. Su espacio en Facebook se llama Mindful Brains. Lo recomendamos.
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