Todo el mundo discute. El país parece un ring lleno de argumentos que van de un lado a otro, sin puentes en el medio y, en ocasiones, sin ganas siquiera de generar entendimiento. El tema no es sólo político, gremial, etcétera, sino que llega a los consultorios de psicoterapia en clave de angustia, rabia, agobio, miedo...
¿Cómo salir de ese entuerto? Seguramente excede la psicología la respuesta a esa pregunta, pero... algo quizá se pueda aportar, sabiendo que habrá quien critique (al fin de cuentas, ese parece ser el deporte: criticar) y diga que no alcanza para salir de tanto conflicto.
Acá van, entonces, algunos "tips" para, al menos, diluir los efectos de la famosa grieta que tanto daño genera entre personas de buena fe que se meten en discusiones laberínticas de las que no saben salir:
1. Recuerde que usted no es parte del Poder Ejecutivo o Legislativo. Eso lo exime de la exigencia que sí tiene aquel que debe definir y llevar a cabo una decisión, ganándoles a los que se le oponen. En una conversación política de café, por ejemplo, se puede hablar no para imponer un curso de acción, sino para pensar alternativas y compartir puntos de vista, sin que ganar o perder cambie mucho las cosas.
2. Si su interlocutor es buena persona, aun cuando piense diferente a usted, céntrese en ese hecho y no lo olvide. Y si usted no cree que es una buena persona, ¿qué hace allí hablando con él?
La cosa se desbarranca cuando se le adjudica condiciones (in) morales a los que interpretan diferente las cosas
Recuerde, a modo de ejemplo, aquello que decía Juan Pablo II al mencionar que el marxismo tenía una "semilla de verdad". Siga ese ejemplo y vea dónde está la "semilla de verdad" de su interlocutor y fíjese también si desde allí puede encontrar algún punto de conciliación o, al menos, respeto.
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3. Vea si puede tener una percepción de lo que siente, no solamente de lo que piensa. Y si puede sincerar ese sentir en el contexto de la conversación, mejor. Fíjese además si puede intuir que siente su interlocutor, más allá de los argumentos polémicos que tenga, para apuntar a generar un puente emocional que afloje la belicosidad de la charla (esto será impracticable si usted es de esos que desean ganar a cualquier costo antes que construir alguna concordia). Compartir lo que se siente (y no sólo lo que se piensa) genera cercanía emocional con el otro y ayuda a salir de la idea de guerra (y el miedo concomitante) que subyace a toda discusión política.
Dicen que no hay que "confraternizar con el enemigo", pero en un asado familiar, en una mesa de amigos o en un espacio de estudio, la emocionalidad podría ser una variable nueva y original que ablande el blindaje ante los argumentos blandidos como armas
4. Recuerde que la mente humana no abarca toda la realidad. Y que la realidad es tan grande y compleja que toda argumentación humana es pequeña a su lado. Eso le dará humildad y un resquicio para salir del automatismo discutidor que hoy es epidemia. Son innumerables los casos en los que las personas discuten a morir sobre temas en los que están de acuerdo, pero no se dan cuenta. En esos casos, suele ocurrir que hay una diferencia de énfasis y prioridades, o la discusión, disfrazada de ideológica, en verdad encubre viejos rencores, heridas y resentimientos que deberían solucionarse más en el terreno afectivo que en el de la discusión argumental.
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Seguramente parece liviano y cándido este tipo de abordaje de lo que es una dolorosa herida cotidiana para muchos. Pero no es liviano ni cándido decir que estos son "tips" que surgen de experiencias que sí han logrado no ya eliminar la grieta, sino tender puentes sobre ella. Hay que desear salir de la batalla, dejar de lado la adicción a la discusión y fijar un horizonte en común, porque allá, en el infinito, las paralelas siempre, por fin, se juntan.
- El autor es psicólogo y psicoterapeuta. Su espacio en la web. En Twitter @MiguelEspeche