Se habla de un incremento en la cantidad de niños autistas que llevaría a pensar en una epidemia. Quiero plantear mis reservas al respecto y poner sobre la mesa un debate urgente: el sobrediagnóstico de autismo.
Puedo relatar muchísimos casos de niños que llegan diagnosticados como TEA (Trastorno de Espectro Autista), cuando presentan dificultades en la adquisición del lenguaje y carecen de juego simbólico. Sin embargo, muchos tienen buena conexión afectiva, o la logran al poco tiempo de tratamiento y se conectan. La mayoría presentan dificultades para hablar a la edad en la que se supone que deberían hacerlo y tienen muy buena conexión con máquinas, pero no con otros humanos. Pero esto se revierte. Y cada niño tiene sus tiempos… Sobre todo cuando lo ayudamos. Decir que son TEA es simplificar en un nombre un funcionamiento complejo.
No planteo que esos niños no necesiten ayuda. Lo que afirmo es que no son autistas y que, con un tratamiento, en el que se los pueda ubicar como sujetos con los que podemos tener un intercambio simbólico, estos niños modifican sus conductas
Considero que está ocurriendo con los niños pequeños lo que ya hemos visto con el Trastorno por déficit de Atención con o sin Hiperactividad (TDAH), en que se agrupa una cantidad enorme de niños cuyos funcionamientos psíquicos son absolutamente diferentes, solamente a partir de ciertas conductas, como desatender en clase y moverse mucho.
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Del mismo modo, cualquier niño que no habla a la edad esperada o que no se relaciona con los otros del modo en que los demás lo hacen es catalogado como TEA, rótulo que se ha convertido en una bolsa de gatos en la que se meten todos los niños pequeños que presentan algún tipo de dificultad. Se los agrupa sin diferenciarlos, sin tener en cuenta la historia en que se viene inscribiendo este funcionamiento y cómo se ha estructurado el psiquismo de este niño.
Insólitamente, también a niños que hablan y que aprenden con facilidad pero tienen dificultades en el contacto con otros niños, se los cataloga de TEA, considerándolos Asperger
Si suponemos que estamos frente a una epidemia, estamos frente a un problema gravísimo: algo desconocido está produciendo transformaciones genéticas y neurológicas en las nuevas generaciones. ¿Iremos hacia una desaparición de la especie humana tal como la conocemos? ¿O tenemos que pensar qué es lo que estamos produciendo como sociedad, quiénes son los “desconectados”, qué ocurre con el lenguaje verbal en esta época… Cuáles son las carencias de relatos y de juegos, qué ocurre con los adultos y la posibilidad de estar atentos y conectados con los otros en medio de la vorágine cotidiana?
Pero también, ¿cuáles son los métodos de evaluación que se están utilizando?
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Niños que presentan dificultades en el lenguaje o en el armado lúdico son evaluados por un profesional que toma un aspecto y sin mirar ni escuchar al niño ni pensar en la complejidad de la constitución subjetiva lo etiqueta rápidamente, lo que es gravísimo y iatrogénico.
Rápidamente, se dice que es TEA y que hay que utilizar pictogramas para que entienda (con lo que se le priva del lenguaje verbal) y que tiene que tener muchos tratamientos (por lo que un niño que no puede establecer lazo con una persona debe hacerlo con muchas). Esto deja a los padres en una situación de indefensión absoluta.
Si se generaliza la toma de test como el ADOS a todos los niños, como quieren algunos, o se hace lo que parece ser el “último descubrimiento”, que es escanear el cerebro de los niños a los tres meses de edad para detectar autismo, el noventa por ciento de la población se va a “autistizar”
Si ya se etiquetan niños a mansalva, desde una supuesta “objetividad” (como si los vínculos humanos fueran “objetivos”, medibles), si generalizamos los protocolos y los “estudios” y hacemos una detección temprana que no sirve para pensar en los niños y comprender cuáles son sus dificultades específicas, sino para colgar carteles invalidantes, muchas familias se van a encontrar con que se les han desarmado ilusiones y quebrado proyectos. Y muchos niños a los que se supone deficitarios van a ser “adaptados” a los códigos sociales, transformados en robots obedientes. Niños a los que se les coarta el futuro, familias a las que se hace entrar en situaciones de muchísima angustia.
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Quiero alertar sobre el riesgo que implica tomar tests pensando que un test (como el ADOS) puede dar un diagnóstico. Este test, definido como una “evaluación estandarizada y semi-estructurada de la comunicación, la interacción social y el juego o el uso imaginativo de materiales para sujetos con sospecha de trastornos de espectro autista” y que es aparentemente una hora de juego dirigida y tabulada, al transformar en número lo que hay que pensar cualitativamente, al pretender dirigir el juego de un niño pequeño en vez de realizar una verdadera observación y un verdadero intercambio, puede hacer estragos.
Se hace que un niñito de dos o tres años entre solo a un consultorio con un profesional al que ve por primera vez y se evalúan sus respuestas numéricamente. ¿Por qué un niño debería comunicarse con alguien a quien no conoce? Es evidente que si el ADOS o cualquier otro similar se generalizan nos vamos a encontrar con muchísimos TEA, que la mitad de la población infantil va a quedar con ese sello, que vamos a liquidar los avatares y la diversidad de las infancias en aras de una supuesta “prevención” que es totalmente iatrogénica.
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¿Se pueden tabular y estandarizar los intercambios humanos? ¿Se puede cuantificar la riqueza de los afectos y pensamientos de un niño pequeño, de sus fantasías, deseos? ¿Se puede hablar de que no mira a los ojos sin preguntarse qué mira? ¿Se puede decir que no se comunica si no se le dio mucho tiempo para hacerlo y se creó un vínculo con él? Y, lo más grave... ¿Se puede en unas pocas entrevistas destruir la representación que los padres tienen de ese niño como niño, devolviéndoles la imagen de un trastorno?
* Por Beatriz Janin. Directora de las carreras de especialización en psicoanálisis con niños y adolescentes de la UCES y de la APBA. Texto extractado del trabajo “De diagnósticos y tratamientos. Cuando la pastilla reemplaza a la palabra”.
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