“¿Por qué mantienes cerrada la puerta de la curiosidad?”, clama Dustin, de la serie Stranger Things, en una llamada telefónica a su amigo. Para él, esa actitud de hermetismo ante lo nuevo, ante lo fabuloso del mundo que lo rodea, es imperdonable. ¿Acaso hay algo más valioso que ser curioso?, podría rematar diciendo el pequeño actor. Es que la curiosidad es prioritaria en los niños, ellos son quienes por excelencia la detentan.
En nuestra práctica meditativa, es difícil encontrar un valor más valioso que la curiosidad. La actitud de “mente de principiante” que proponemos (beginners mind) tiene a la curiosidad como el principal aspecto a desplegar. Curiosamente, bastante poco se ha escrito sobre ella. ¿Quizás porque creemos que es sencillo definirla? ¿quizás porque pensamos que es algo innato o natural en algunas personas y no hay mucho para hacer al respecto?
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Algunas veces esta actitud de descubrimiento ha sido maltratada (“la curiosidad mató al gato”). Nuestras abuelas solían penar nuestras búsquedas por lo nuevo con advertencias de peligros encubiertos en nuestras incursiones detectivescas. Recuerdo a la mía moviendo el índice y diciendo: "Mmm que contento se pone el diablito cuando usted hace eso". Rara vez un niño es premiado por su afán de descubrir, de buscar, de explorar. Hoy creemos, por el contrario, que la curiosidad es clave para la creatividad y para una vida más saludable.
Dos formas de ser curiosos
Conley, un reconocido empresario que se fundió en el 2008 y comenzó, a los 52 años, a trabajar para la reconocida firma Airbnb, cuenta que al principio no entendía nada de tecnología y sentía que hacía agua en las reuniones gerenciales. A esto lo refiere Sebastián Campanario, economista y periodista dedicado a temas de creatividad en su nuevo libro Revolución Senior, un excelente texto para refundarnos a los de 45 o más años. Y agrega que Conley dijo: “Hice muchas preguntas de por qué, ¿y si…?, renuncié a los qué y los cómo en los que se centran los altos directivos y mi mentalidad de principiante me ayudó a encontrar puntos ciegos un poco mejor, porque estaba libre de rutinas y de hábitos de experto”.
Si tuviéramos que definir esa curiosidad, podríamos seguir a Karkowsky, catedrático del laboratorio de educación y creatividad, en Warsow (Polonia): “Es el reconocimiento, la búsqueda y el deseo intenso de explorar lo nuevo, lo desafiante, los eventos inciertos. Cuando somos curiosos, estamos llenos de conciencia y receptividad hacia todo aquello que existe o puede ocurrir en el momento presente”.
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Campanario nos dice que la neurociencia está investigando la curiosidad y lo que se sabe es que no hay un solo tipo de esta actitud, sino varias, que producen fenómenos distintos en el cerebro. Por un lado “estaría aquello que aparece frente a nosotros como raro, que no conocíamos y que no puede procesar nuestro sistema perceptivo o de creencias”. Prima la aversión y la incomodidad, y por ello seguramente las áreas más básicas del cerebro se activan (el sistema límbico, que corresponde a señales de alarma).
La segunda familia abarca el amor puro al saber, al conocimiento, “y provoca reacciones de placer y expectativa, como cuando está por empezar una película o una obra de teatro que ansiamos disfrutar”, agrega Campanario. Lo interesante de la curiosidad es que puede ser entrenada, practicada, para darnos acceso a más conocimiento y crecimiento.
La curiosidad hacia adentro: desarrollando autoconocimiento
La curiosidad debe ser anexada a otro valor importante: la exploración. Es que la primera parece hacer referencia a una actitud preparatoria, a algo que nos motiva, pero lo segundo es la parte conductual, el puente que nos acerca a lo que investigamos. Es sencillo pensar en la exploración hacia afuera, hacia el mundo, hacia lo que está más allá, como hace Dustin con las fuerzas sobrenaturales en Stranger Things. Pero: ¿cómo explorar hacia adentro? ¿Cómo se practica la curiosidad de las vivencias internas? ¿hay caminos, recomendaciones? ¿cómo se reconocen las distintas coloraciones y texturas de nuestro tejido emocional, por ejemplo?
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Por eso acá van algunos consejos para estimular la curiosidad hacia adentro y el descubrimiento de nuevos y profundos horizontes:
- Tener presente que mi realidad interna (pensamientos, emociones) es impermanente, no fija, por lo tanto, puede seguir algunos patrones pero siempre se revela de una manera distinta a cada momento.
- Darme cuenta de la forma automática de vivenciar que tengo y plantearme abrir mis sentidos y cuidar las tendencias condicionadas a juzgar y categorizar con mis “etiquetas habituales” lo que experimento. Por ejemplo, si siento que esto es malo: ¿por qué lo es? Si aquello es decepcionante: ¿por qué lo es para mí? (un bonus: indagar cuándo lo creé en mi historia personal).
- Utilizar el cuerpo como un gran guía a fin de descubrir mis vivencias internas. Los dolores, las tensiones, las vibraciones corporales, todos los signos que aparecen en mi cuerpo: ¿qué me dicen? ¿Y mi respiración como medida de mi equilibrio interno?
- Registrar por escrito mis experiencias es una buena forma de trabajar comparativamente luego con lo que documenté. Así puedo seguirme en el tiempo y comprenderme mejor.
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- Poner un nombre a mis emociones basado en mis experiencias: por ejemplo puedo tener distintos nombres para distintos tipos de alegría: alegría calma, alegría entusiasta, alegría expectante, alegría soñadora.
- Decirme a mí mismo (o ponerlo como alerta en el celular): “cómo puedo prestar atención plena a esto que me está pasando, en este momento”.
- Ser igualmente curioso con lo agradable como con lo incómodo y desafiante. Mantener una actitud que no evite pisar el terreno resbaladizo.
Estas son sólo algunas guías para cultivar esta actitud tan valiosa. Pero no perdamos de vista que lo externo (el mundo) y lo interno (las vivencias personales) no son excluyentes. ¡La curiosidad puede ser también el puente que los conecte!
- Martín Reynoso es psicólogo, coordinador de Mindfulness en INECO y autor de Mindfulness, la meditación científica.
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