Es cierto que el mal tiempo invita a pasar más tiempo en casa y las actividades sociales son por lo general más sedentarias, con más reuniones donde se come y se bebe, lo que facilita que se consuman más calorías de la cuenta pero, además, el ser humano tiene una herencia genética que le vuelve más propenso a engordar en invierno.
Claro que no es una razón menor los cambios en nuestro patrón alimenticio, determinados con el aumento en invierno de platos más calóricos y contundentes y la reducción de la ingesta de comidas ligeras y bajas en calorías, como las ensaladas estivales.
Aunque la solución está en preparar los guisos sin ingredientes grasos poniendo en un primer plano las verduras y hacer un esfuerzo por mantener las frutas, eso sin dudas no resulta algo tan apetecible como en los meses cálidos
Pero además debemos tener en cuenta que existe una condición llamada "Seasonal Affective Disorder" o SAD (Trastorno afectivo estacional) en la cual la falta de luz solar conduce a un estado depresivo y letárgico. Los síntomas incluyen aumento de peso, antojos de dulces y comidas con almidón, descenso en los niveles de energía y una tendencia a comer de más.
La falta de suficiente exposición a la luz solar puede alterar los niveles circulantes de serotonina, lo cual reduce significativamente los umbrales de reconocimiento del sabor dulce. Eso nos impulsa a buscar más azúcar y no sentirnos saciados con los niveles que consumimos habitualmente.
Más allá de razones dietéticas
Para este aumento de peso podría haber una explicación científica basada en las condiciones climáticas. Así lo piensa un equipo de investigadores de la Universidad de Alberta, que recientemente ha descubierto que la falta de luz solar puede ser en parte culpable de por qué tendemos a engordar durante el invierno. De acuerdo al estudio, las células grasas que se encuentran debajo de nuestra piel se contraen cuando se exponen a la luz azul emitida por el sol.
Peter Light, autor principal del estudio y profesor de Farmacología y director del Instituto de Diabetes de Alberta, afirma que la insuficiente exposición a la luz del sol que tenemos durante los meses de invierno puede provocar el almacenamiento de grasa y contribuir al típico aumento de peso que algunos tenemos.
Aunque los investigadores advierten que el hallazgo es solo una observación inicial y que perseguir la exposición a la luz solar no es, en ningún caso, una forma segura o recomendada de perder peso -en ese caso nuestra piel se puede ver seriamente afectada-, se trata de un novedoso descubrimiento que abre nuevas vías de exploración científica y que pone el punto de mira en posibles tratamientos futuros basados en la luz para combatir los problemas de sobrepeso.
“Tal vez la exposición a la luz solar que dirige nuestros patrones de sueño y vigilia también puede actuar de manera sensorial, estableciendo la cantidad de grasa que los humanos queman dependiendo de la temporada. Ganamos peso en el invierno y luego lo quemamos en el verano”, concluye Light.