El tema de hoy surgió a partir de la pregunta de un paciente cuarentón: ¿Acaso comportarnos de maneras distintas en diferentes contextos significa que tenemos personalidades múltiples? Ante mi pedido de claridad, prosiguió: "Cuando estoy en el grupo de trabajo, con la rutina cotidiana y respondiendo a objetivos puntuales, soy serio, efectivo, poco expresivo. Cuando participo en las actividades del templo me siento más bueno, más compasivo, altamente orientado al bien social. Pero, cuando me junto con mis amigos del secundario, corre el alcohol y a veces otros vicios y se desata una parte algo grotesca mía, mis expresiones rayan la violencia y el machismo, mi lenguaje cambia totalmente... Es como entrar en una dimensión sensitiva de descontrol".
La declaración de este paciente es interesante. Se siente algo contrariado por las distintas facetas que puede asumir según el contexto en el que se encuentre, ¡y está bien que lo sienta así! Por un lado, porque los seres humanos hemos desarrollado (y esto parece haberse enriquecido con nuestra historia social) un gran nivel de adaptabilidad a los distintos contextos en los cuales participamos.
El miedo, el deseo de reconocimiento o el ego no deberían impedirnos sostener nuestros valores
Esto es necesario y hasta podríamos decir que buena parte de nuestra salud mental está basada en la flexibilidad que tengamos. En Estados Unidos, por ejemplo, un campo de la psicología llamado “Psicología Comunitaria” se enfoca especialmente en que las personas aprendan a ser flexibles con otros ciudadanos en lo que llaman “social settings” (contextos sociales), donde existen distintas razas, credos y culturas. Recordemos que la sociedad estadounidense está conformada por un mosaico de amplia diversidad humana.
Pero hilando más fino y entrando en el marco de la individualidad, el ser flexible puede confundirse con el ser excesivamente cambiante, “camaleónico” y seguir, según el contexto, alternar distintos valores, creencias y conductas. En ese caso, una contradicción interna profunda puede apropiarse de nuestras vidas.
El conflicto interno
Podemos experimentar este conflicto en muchos ámbitos de nuestra vida: hay señales de contexto (demandas del grupo) que nos “empujan” a actuar de determinada manera. En la adolescencia, cuando exploramos conductas, podemos sentirlo: un amigo comienza a beber en exceso y el contagio hace que pronto lo experimente el grupo. Llegado mi turno, ¿qué voy a hacer? ¿Beberé también aunque no lo desee para satisfacer al grupo? ¿Defenderé mi creencia de que no es necesario o no quiero hacerlo?
Aquí se juegan multiplicidad de experiencias entre las cuales la aprobación del grupo es una muy fuerte, pero también lo son el deseo de reconocimiento y el miedo a no ser comprendido/valorado. La existencia de deseos de distinta índole y a veces contrapuestos (por un lado, los más primitivos y guiados por el hedonismo y por otro los más altruistas y guiados por el sentido de hacer el bien al otro) puede hacernos sentir en conflicto internamente.
La existencia de deseos de distinta índole y a veces contrapuestos puede hacernos sentir en conflicto internamente
De todas formas, ¡bienvenido sea el conflicto! Es parte de nuestra naturaleza humana. Este es el primer paso, el comprender y eventualmente aceptarnos como seres imperfectos, a veces indecisos, en búsqueda de nuestra identidad.
La búsqueda de uno mismo
Ghandi lo dijo sabiamente:
- Vigila tus pensamientos porque se convierten en palabras.
- Vigila tus palabras porque se convierten en acciones.
- Vigila tus acciones porque se convierten en costumbres.
- Vigila tus hábitos porque se convierten en carácter.
- Vigila tu carácter porque se convierte en tu destino.
En alguna medida, nos estaba marcando el camino a seguir para desarrollar esto que llamamos coherencia, que viene del latín cohaerentia, y significa relación armoniosa entre una cosa y otra. El concepto se utiliza también para nombrar a algo que resulta lógico y consecuente con respecto a un antecedente. Por ejemplo, si yo siempre dije que defendía la igualdad de género, debo actuar en ese sentido ante una agresión a una mujer.
Lo valioso del texto del Mahatma Ghandi es que nos ayuda a entender que la coherencia es una construcción que parte desde una pequeña manifestación de nuestro ser, como una palabra. Aunque no lo menciona, está implícito que esa palabra a su vez debe partir de un valor que éticamente asumimos como bueno para nosotros y los demás. Luego, cada vez que repetimos modelos de acción en determinado sentido, podemos acercarnos o alejarnos de nuestros valores más profundos.
Por otro lado: ¿conocemos esos valores, los ponemos en juego diariamente, tenemos el coraje de adherir a ellos más allá de lo que pueda resultar de eso? Recordemos que un valor es un camino de acción que consideramos saludable y éticamente valioso para nuestras vidas.
Recordemos que un valor es un camino de acción que consideramos saludable y éticamente valioso para nuestras vidas
La meditación como herramienta
Aquello que llamamos coherencia es un equilibrio relativamente armónico entre nuestras distintas partes internas, entre nuestra mente, nuestro cuerpo y emociones. Ese equilibrio es muy dinámico, cambiante y debemos redireccionarlo cuando no está alineado con la intención profunda de nuestros valores.
Una herramienta clave para direccionar ese equilibrio es la Intención. La intención la hemos definido como el deseo profundo de mantener una actitud en determinado sentido, a sabiendas de los tropiezos que aparecerán. Se diferencia de lo que llamamos objetivo por cuanto en la primera no estamos corriendo tras un resultado puntual.
La intención es el deseo profundo de mantener una actitud en determinado sentido, a sabiendas de que habrá tropiezos
Otra herramienta es el entrenamiento atencional. Nos entrenamos en cuidar hacia dónde vamos con nuestra mente, qué atendemos, si es virtuoso o no lo que buscamos, tratando de no quedarnos apegados a lo superficial, a lo reactivo, a lo que ensalza nuestro ego.
Por último, una actitud compasiva hacia nuestros errores o “pérdidas de camino” también es necesaria: así volvemos a tomar conciencia de que somos seres vulnerables, a veces contradictorios, en conflicto, pero que podemos volver a tomar contacto con nuestra intención.
Cuando un ser humano comienza a ensamblar sus distintas partes, incluso las más oscuras, y las pone al servicio de una senda de virtuosismo, puede ocurrir que, como Galeano lo señala en uno de sus escritos, se transforme en fuego, de esos que “arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”.
- Martín Reynoso es psicólogo, especialista en Mindfulness y autor del libro “Mindfulness, la meditación científica”, de Editorial Paidós. Su espacio en Facebook se llama Mindful Brains. Lo recomendamos.
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